En la religión sumeria el infierno no era un lugar de condenación. Para los sumerios no existía la idea del premio o del castigo tras la muerte. Los seres humanos habían sido creados para servir a los dioses, y el pecado sólo existía, por tanto, relacionado con las faltas contra la divinidad. El infierno (lo llamaban “mundo del otro lado”) era concebido como un sitio al que se iba tras la muerte y en dicho lugar no había sabores, ni colores, ni olores… Era un sitio gris, aburrido e insípido. Si tenías suerte y habías adulado lo suficiente a los dioses, se te podría permitir pasar la eternidad a su servicio en alguno de los palacios infernales. Por lo menos no te aburrirías tanto.
Pazuzu
También al servicio de los dioses se encontraban los diablos y las diablesas. Éstos, al contrario que en la cultura judeocristiana, no eran esencialmente malignos. Digamos que se limitaban a hacer su trabajo, que consistía en ajustarle las cuentas a los humanos cuando ofendían a un dios (ya se sabe, “no es nada personal, son sólo negocios”). Por supuesto que, al igual que el panteón sumerio tenía más de 3.600 dioses, había demonios para toda clase de torturas, vejaciones y castigos. Según el dios al que sirvieran, y según su especialidad, podían ser más o menos poderosos. Posiblemente, el diablo más peligroso de todos era Pazuzu. Su fama era tanta que duró más de dos mil años, y llegó a nuestros días a través del cine actual de Hollywood, ya que la imagen del diablo que sale en la película de “El Exorcista” es una estatuilla de Pazuzu encontrada en unas excavaciones.
Los sumerios le tenían un miedo terrible, pues se encargaba de castigar a los humanos con fiebres ardientes, pestilencias y con vientos igual de ardientes. Entre la sequía y la falta de ibuprofeno, los pobres sumerios acababan con frecuencia en el camposanto. Hay que tener en cuenta que las ciudades sumerias, sobre todo las del sur, en aquellos tiempos estaban rodeadas de pantanos. Esto era bueno para llenar la despensa, pues esos pantanos estaban plagados de aves acuáticas y peces, pero también eran el foco de fiebres que en tiempos de paz eran la principal causa de defunción. Se ha calculado que 7 de cada 10 niños no alcanzaban la pubertad. Por ello, los sumerios decidieron convertir a Pazuzu en protector de los niños recién nacidos. De esa forma, las madres colocaban amuletos de Pazuzu entre las ropas de los lactantes. ¡Qué mejor forma de proteger de la fiebre al niño, que elegir como guardaespaldas al mismo que trae la fiebre! Por si fuera poco, Pazuzu estaba casado con la diablesa Lamashtu, que era una de las más poderosas y estaba especializada en devorar niños y provocar abortos tocando siete veces el vientre de las embarazadas. Pazuzu era el único capaz de meter en vereda a su media naranja. De esa forma, negocio completo. No hay duda de que los sumerios siempre fueron gente práctica. Fuente: historiadelahistoria