Mientras tal posibilidad genera controversia y suscita temores, los psicólogos apuntan que la memoria es una ilusión y que no podemos diferenciar los falsos recuerdos de los verdaderos por vívidos que sean aquellos que tenemos de cosas que nunca nos sucedieron. ¿Estamos creando realidades alternativas con recuerdos falsos? Por otra parte, los científicos han comprobado que las células sanguíneas también tienen su propio “banco” de recuerdos falsos… ¿Ante qué extraño paradigma nos encontramos?
Con el reciente estreno de Blade Runner 2049 sale de nuevo a la luz el inquietante tema de la manipulación cerebral. Los replicantes de la precuela producida en 1982 con sus falsos recuerdos implantados eran de ciencia ficción.
La protagonista femenina, Rachael, una replicante experimental, poseía recuerdos implantados que le permitían disponer de ricas experiencias emocionales, pero terminaba llorando al descubrir la verdad sobre su pasado creado artificialmente. Han pasado 35 años del estreno y, ahora, los extraordinarios avances en cirugía neurológica han convertido a aquellos replicantes ficticios en realidad… Es innegable que hemos entrado en una realidad distópica escalofriante por mucho que nos neguemos a aceptarlo en lo relativo a la manipulación mental.
Steven DiBasio analiza en Mind Control in the 21st Century (2014) a qué peligros nos enfrentamos en la actualidad. Uno de ellos es el arma denominada “Psichotron-Matrjoschka”, creada para esclavizar a los enemigos y para transformar a la gente en bio-robots “teledirigidos”.
Asimismo, se ha divulgado información sobre los experimentos con máquinas de ultrasonidos por parte del Departamento de Defensa estadounidense y la CIA para codificar “datos sensoriales sobre la corteza cerebral” con el fin de producir alucinaciones a través de la estimulación a distancia y directa de los circuitos cerebrales. Lo terrible de esto es que tales máquinas, además de permitir el control remoto de la actividad cerebral, facilitan la creación de recuerdos artificiales. La empresa Sony se ha dado mucha prisa en patentar un dispositivo de ultrasonido que produce alucinaciones y que, según explicaban los periodistas científicos Jenny Hogan y Barry Fox en su artículo Sony patent takes first step towards real-life Matrix, “transmite datos sensoriales directamente en el cerebro humano”.
Jesse Ventura se hizo eco en 2012 de estas tecnologías avanzadas de control mental utilizadas por el Gobierno y en Ventura’s Brain Invaders –Los invasores de la mente de (Jesse) Ventura– denunciaba que “la tecnología actual es capaz de implantar recuerdos falsos de crímenes, actos de terror y traición con total eficacia y ya se ha utilizado para tal fin”. Sin embargo, no hace falta que nos pongamos en lo peor en cuanto a la utilización subrepticia de máquinas porque, en lo relativo a falsos recuerdos, el primero en traicionarnos es el propio cerebro, es decir, nuestra memoria.
RECUERDOS “PARANORMALES”
Aunque no seamos conscientes de ello, el hecho de que estemos seguros de recordar algo con exactitud no significa que sea verdad y, al parecer, esto se debe a que la memoria no deja de ser en gran medida una mera ilusión, según expresa la científica Julia Shaw, autora de The Memory Illusion: Remembering, Forgetting and the Science of False Memory (2017): “Nuestra percepción del mundo es profundamente imperfecta, nuestros cerebros sólo se molestan en recordar una pequeña fracción de lo que experimentamos de verdad y cada vez que recordamos algo tenemos el potencial de cambiar la memoria a la que accedemos”.
Otra experta es la eminente psicóloga Elizabeth Loftus, de la Universidad de California-Irvine, miembro fundador del área de investigación de la memoria falsa. Según Loftus, “necesitamos pruebas independientes para corroborar nuestros recuerdos. Sólo porque alguien nos cuente algo con mucha certeza, detalle y emoción, no significa que tuviera lugar. Es preciso corroborarlo de forma independiente para saber si se trata de un recuerdo auténtico o, por el contrario, de algo que es producto de algún otro proceso”.
Tales declaraciones deberían hacernos dudar de nuestros propios recuerdos porque, ¿quién no está convencido de que son auténticos y no falsos? Y, sin embargo, con frecuencia no son fiables…
Sobre cómo “reelaboramos” lo que hemos vivido a la hora de narrarlo, sabe mucho Annelies Vredeveldt, profesora de derecho criminal en la Universidad Libre de Ámsterdam: “Cuando deseas que alguien te cuente una historia, ya se trate de un delito que ha presenciado o de una noche loca, resulta natural hacerle muchas preguntas al respecto. Sin embargo, si preguntamos de qué color era el pelo del criminal, o mejor aún, decimos ¿era pelirrojo, verdad?, las respuestas serán con frecuencia incorrectas”.
Dado que se ha comprobado lo poco fiable que es la memoria de los testigos a la hora de dar detalles sobre lo que han presenciado, en 2012 Vredeveldt y su colega Steven Penrod decidieron poner en práctica una técnica para mejorar la memoria de los testigos que, de forma más simplificada, había sido utilizada por psicólogos en la década de 1980. Lo que hicieron fue recrear en laboratorio el espacio del crimen lo más posible y, además de preguntar al testigo desde perspectivas múltiples, le pedían que mantuviera los ojos cerrados. El resultado del experimento, publicado en la revista Psychology Crime and Law, permitió concluir que los participantes que tuvieron los ojos cerrados recordaron un 37.6 % más de información visual útil sobre el argumento y, al ser preguntados, arrojaron un 23,8 % más de respuestas correctas con muchos detalles. Todo apunta a que “el ojo de la mente” desempeña un papel esencial en la forma en que recordamos y, aunque no nos ayuda a aclarar cómo creamos los falsos recuerdos, al menos estas investigaciones han ayudado en los procesos judiciales, según apunta el psicólogo catalán Adrián Triglia, cofundador y redactor jefe de la web “Psicología y Mente”, y autor de Psicológicamente hablando un recorrido por las maravillas de la mente –Paidós, 2016–: “Los descubrimientos llevados a cabo (por Elizabeth Loftus) supusieron una violenta sacudida para los sistemas judiciales de todo el mundo, esencialmente porque señalaban que los recuerdos pueden ser distorsionados sin que nos demos cuenta y que, por lo tanto, la información de primera mano dada por testigos y víctimas no tiene por qué ser fiable. Esto hizo que se estimara como muy necesario el recurso de sostener versiones de lo ocurrido con pruebas materiales”.
Otro investigador fundamental en este campo es el británico Christopher French, de la Anomalistic Psychology Research Unit, en el Goldsmiths College de la Universidad de Londres, que lleva años investigando lo que los falsos recuerdos revelan sobre nuestro sentido de la identidad y los intríngulis del recordar. Para tal fin, junto con el artista Alasdair Hopwood, ha creado un “Archivo de Recuerdos Falsos”, una colección de recuerdos fabricados por la gente. Se ha centrado sobre todo en los recuerdos anómalos o paranormales y está convencido de que algunos podrían ser el resultado de recuerdos falsos, de ahí su empeño en echar por tierra los numerosos mitos que hay sobre la memoria.
Además de todo lo anterior, encontramos que las personas con una memoria autobiográfica superior a la media –recuerdan detalles triviales de su pasado lejano con un 100% de exactitud– también son vulnerables a los falsos recuerdos. A pesar de los avances en este campo, todavía quedan muchos misterios por descubrir en torno a la memoria y la forma en que procesamos nuestros recuerdos. Y no digamos nada si ingerimos fármacos para potenciarla.
FÁRMACOS DE LA MEMORIA
Se cree que hacia el 2030 alrededor del 50% de la población sufrirá trastornos cerebrales graves y la perspectiva de reparar artificialmente mediante fármacos un cerebro dañado resulta tranquilizadora para muchas personas. De hecho, la forma actual más habitual de influir en nuestros cerebros es mediante fármacos. Sin embargo, no es la única: las células cerebrales se comunican entre sí por señales eléctricas, de modo que los científicos están desarrollando técnicas para tratar a los pacientes psiquiátricos utilizando ondas magnéticas débiles, mientras los neurocirujanos implantan pequeños electrodos en ciertas zonas del cerebro para tratar síntomas desagradables.
No debe olvidarse que estos avances, además de emplearse para curar, pueden emplearse para “cambiar” a las personas. ¿Debe considerarse el “cambio” una mejora? No necesariamente… Las técnicas de brain imaging, por ejemplo, están desarrollándose tan deprisa que pronto supondrán una verdadera amenaza a la privacidad individual y, por tanto, suscitan interrogantes sobre la ética de controlar y escanear nuestros cerebros. También la terapia génica permite borrar, insertar o desconectar los genes asociados con la inteligencia y la memoria.
Sin duda la situación es muy compleja. Mientras unos se pasan la vida en el psiquiatra intentando borrar “sus malos recuerdos”, otros optan por “recuperarlos” artificialmente sin valorar que la ingestión de un nootropo que potencie su memoria puede ser causa de trastornos cognitivos a corto o largo plazo. ¿Qué hacer, por ejemplo, si los recuerdos de una mala experiencia emergen a la conciencia de forma permanente tras ingerir una de esas pastillas?
Todavía se desconoce si eso puede ocurrir, pero en cambio ya se ha comprobado en ratones que estos fármacos no sólo aumentan su habilidad para aprender, sino también su sensibilidad al dolor. En un foro científico de Internet es posible recoger opiniones de primera mano de muchachos que han consumido dichos fármacos. Uno de ellos afirma haber consumido Ritalin, un nootropo que mejora el rendimiento académico de los niños hiperactivos: “Hizo que me sintiera tranquilo, antisocial y tan inteligente que me daba miedo”. Y se pregunta: ¿Por qué será que cuando la gente consume estos fármacos sienten más el dolor? Mientras este muchacho desconoce la respuesta y no le importa sentirse “antisocial”, otro hace una importante contribución: “El efecto secundario que estoy investigando tras los nootropos es la idea de que si los tomas la habilidad y procesamiento cerebral disminuirá. Ocurre lo mismo si tomas heroína u otras drogas… Como con ellas las endorfinas aumentan de forma artificial, el organismo deja de producirlas de forma natural…
Así pues, ¿parará el cerebro el proceso regular en que se produce el aprendizaje mediante reacciones químicas? Dicho de otro modo, si tomamos drogas para ser más inteligentes, ¿dejará el organismo de producir los neurotransmisores naturales que favorecen la inteligencia o aumentan la memoria? Aunque el proceso sea lento es muy probable que eso termine por ocurrir. Julia Shaw insiste en que “la memoria es mucho más maleable de lo que habitualmente creemos. Con frecuencia no podemos detectar un recuerdo falso una vez que se ha asentado, la única forma de prevenir los recuerdos falsos es saber que existen y evitar aquello que los facilita”. ¿Podemos evitar también los falsos recuerdos de nuestras células? No parece probable.
Cuando se habla de “falsos recuerdos” se piensa en primer lugar en recuerdos “mentales”, pero hay investigaciones centradas en los “recuerdos físicos”, concretamente en los relacionados con el sistema inmunitario. Ahora se sabe que los glóbulos blancos poseen “falsos recuerdos” que les ayudan a combatir enfermedades provocadas por virus y bacterias.
Sucede que, cuando un patógeno entra en el organismo, los anticuerpos se pegan a él y los glóbulos blancos formados para atacarlo lo rodean hasta acabar con él. Entonces, esos leucocitos se convierten en glóbulos o células con memoria, es decir, guardan la información sobre ese patógeno y si éste vuelve a invadir el organismo otra vez, acaban con él más eficazmente. Ésta es la base de las vacunas, pero lo que resulta novedoso es que los científicos han descubierto que los leucocitos no necesitan un contacto previo con un patógeno concreto para “guardar un registro” del mismo.
Hasta ahora se creía que era precisa la exposición a un patógeno para que se agruparan haciendo frente a la infección, es decir, que el sistema inmunitario respondía a los ataques de virus o bacterias enviando leucocitos, primera arma de choque del organismo. Sin embargo, no parece que eso sea siempre así, según ha comprobado Mark Davis, del Departamento de Microbiología e Inmunología de la Universidad de Stanford.
Realizaron un experimento con 26 muestras de sangre extraídas en el Centro de Sangre de Stanford a personas que nunca habían estado infectadas con el virus del SIDA, el herpes simple y el citomegalovirus.
Lo sorprendente es que descubrieron que todas las muestras contenían leucocitos pegados a dichos virus y que una media del 50% de dichos glóbulos defensivos eran glóbulos con memoria.
¿A qué podía deberse algo así? ¿No es preciso estar expuesto al patógeno para estar protegidos frente a él? En opinión de Philip Ashton-Rickardt, del Imperial College London, este estudio muestra que los glóbulos no sólo tienen capacidad para recordar, sino que, incomprensiblemente, parecen haber estado en contacto con un virus que ni siquiera han visto de lejos.
En vista de los resultados del experimento, los científicos creen que estamos ante un cambio de paradigma que les ha hecho plantearse la siguiente pregunta: ¿Cómo se crean estos falsos recuerdos? ¿No será que los diferentes microbios poseen estructuras péptidas lo bastante similares entre sí como para que los leucocitos los consideren malignos por igual y se pongan en guardia aún sin haber estado en contacto con ellos?
Para seguir indagando en este misterio, Davis y sus colegas vacunaron a dos personas contra la gripe del tipo H1N1 y descubrieron que dicha vacuna también producía reacciones cruzadas en los leucocitos contra dos bacterias que poseían una estructura péptida similar: cuando expusieron las muestras del banco de sangre a las secuencias péptidas de una serie de bacterias del intestino y a otras del suelo, así como a una especie particular de algas marinas, obtuvieron una respuesta inmunitaria al virus del SIDA. ¿Un alga marina relacionada con el virus del SIDA? Parece que sí, y tal descubrimiento confirma la idea de las reacciones cruzadas que es, en definitiva, tan antigua como la inmunología.
Según Davis, esto permite explicar por qué cuando se vacuna a los niños contra la rubeola, por ejemplo, las tasas de mortalidad de otras enfermedades infantiles disminuyen notablemente.
Se confirma así que los “falsos recuerdos” son un arma crucial para el sistema inmunitario y que, cuando nos vacunamos contra ciertas enfermedades, quedamos protegidos contra otras.
El paso siguiente será determinar qué vacunas son las que ayudan para tal fin. Los científicos están pensando en crear una base de datos de microbios cuyas reacciones ayuden a trazar nuevas estrategias de vacunación. Entretanto, nuestra memoria seguirá elaborando y reelaborando el banco de recuerdos –falsos y verdaderos– que se configuran con la vida.
Fuente: añocero